Margarita Inés Reyes Farias
59 años
59 años
Secretaria Universidad Austral de Chile
Parece que no han entendido, dije ¡Buenos días!, ha llegado una autoridad, y voy a hacer todo de nuevo, y cuando las salude, se pondrán de pié, y dirán: ¡ Buenos días Sr. Claro!, ¿entendieron?. Procede a retirarse, con el rostro desencajado, al ver que su presencia no causaba respeto. En cada uno de los rostros y miradas de ellas, se dibujaba un signo de interrogación y una sumisión admirable, ya que al unísono, al ver la imagen nuevamente del Sr. Claro, como hipnotizadas, contestaron en posición firme,¡ Buenos días Sr. Claro!.
Jaime Claro es ancho de hombros, aparenta unos 50 años, le hacen más edad las arrugas de los ojos y la espalda cargada a la manera de los viejecitos, sus mejillas se encienden en un rubor irritado.
La Casa donde Luzma, Kika, Anita y Marianela trabajan se halla en el centro de la ciudad, en cuyo fondo una hermosa y frondosa enredadera da un adiós al otoño, con sus tonos rojizos y amarillos, paredes oscuras, muchísimos ventanales, vitrales hermosos, laberinto para cualquier visitante. Los rostros amables de ellas animaban a cualquier personaje a no sentir la angustia de aquellos pasillos largos, llenos de puertas negras, escaleras largas que avisan por su rechinar la presencia de sus visitantes y moradores.
Aquel otoño, Marianela se había instalado en una de las oficinas de aquella casona, no tenía claridad de su rol principiante, sólo atinaba a sonreír ante el dolor extraño e incomprensible que le roía las extrañas. Cada vez que don Reynald, sujeto bajo, de voz resonante e imponente, ojos pequeños que lo delataban de su buen gusto por el alcohol, le solicitaba a la brevedad posible, el dictamen de los nombramientos de los profesores de planta, ella hidalgamente simulaba una tranquilidad envidiable, que en nada delataba su inseguridad.
Aquella tarde del mes de junio , el portavoz de una de las oficinas dio aviso de la presentación del Sr. Claro al personal de la Casona y al escuchar Marianela dicha instrucción, raudamente y antes de llegar tarde a aquella reunión hace su entrada a aquel enorme salón. Ahí, grande fue su impresión cuando vío a más de 20 y no a cuatro funcionarios; no alcanzó a más su impresión cuando hizo su entrada el Sr. Claro, quien con voz firme y un choque de talones, saluda: ¡Buenas tardes!, produciéndose, nuevamente, el doble saludo, con la sumisión ya conocida .
Soy el Sr. Claro, el Gerente de esta Empresa!, los he reunido aquí para conocerlos uno a uno, así es que iré pasando fila a fila me dirán sus nombres y a la unidad a la cual trabajan. ¿Quedó claro?.
Todos con una seriedad increíble se tomaron a pecho cada palabra del Sr. Claro, y así fue saludando y apretando manos, hasta llegar a Marianela, quien con voz tremula dice:
Marianela de Secretaría........
Y a usted quien le dijo que esta reunión era de Secretaría; yo llamé a toda el área de Finanzas, retírese, vuelva a su oficina.
Este comienzo al mundo laboral, un tremendo desafío para Marianela , quien con su paciencia y habitual sonrisa fue, paso a paso, aprendiendo y conociendo a cada personaje durante sus 8 horas de jornada de trabajo.
El sonido de las máquinas daban comienzo a lo que sería un nuevo día de trabajo, Kika con su acostumbrado alemán y ante su impaciente exigencia por el buen desempeño, veía de lejos cada error cometido, y con pronta celeridad daba sus consejos con mucha sabiduría. Una redacción clarísima, extremadamente organizada, y sobre todo muy ejecutiva, ella era realmente la indicada para aquel cargo de Secretaria Ejecutiva del Sr. Claro. Así la veían todos en especial Marianela, quien se lo hacía saber.
¡No ha llegado el Sr. Claro! decía Kika, aprovechemos y tomemos un cafecito, que el guardia nos avisará, rápidamente como ratones llegan Luzma, Anita y Marianela, y en un par de segundo, disfrutaban ese momento, cuando sintieron pasos extraños en la escalera, antes de terminar su café, rápidamente se alejaron de la Oficina de Kika, y cada una se ubicó en su lugar de trabajo.
Un abrir bruscamente de puerta y ante los ojos atónicos de Marianela, pasa el Sr. Claro, murmurando y moviendo sus manos en forma enérgica y su rostro desencajado por la ira.
Marianela coge un lápiz, y en forma natural escribe en una hoja,
Oda al Colorín
Al pasar frente a mí
Me deja meditando
¡Que bicho le picaría!
Que viene resongando.
No le han dicho a este señor
Que morderse las manos
Es señal de pura rebeldía.
Una misión imposible se decía Marianela cuando le fue entregada la nueva tarea a realizar.
¡Marianela! Puede venir a la Oficina! Le dijo el Sr. Reynald, Jefe director de ella.
Su labor concretamente será dictar resoluciones de todos los acuerdos del Directorio. Marianela miraba asombrada como aquel hombrecito iba hilvanando todo lo que tenía repetir, ya que esto venía de una orden del Sr. Claro.
Empezaremos, carraspea el Sr. Reynold, por confeccionar nueve resoluciones con sus respectivos organigramas y todo esto en stencil.
Marianela, salió de la oficina del Sr. Reynold y se decía: ¡nueve resoluciones con sus respectivos organigramas! y en stencil, que bien, cómo si fuera tan fácil, ¡vaya obra de ingenio!
En silencio se sentó frente a la máquina y comenzó a teclear todos los textos, para luego desgastarse pensando cómo haría esos organigramas, pero el ingenio apareció, en un par de minutos, manos a la obra cogió un alfiler y una regla y, con mucha paciencia y precisión, finalizó su titanesco trabajo, más cuando el hambre se apoderó de ella, ya eran las 16:00 horas, sin probar bocado alguno, fue tal su afán por cumplir con aquella solicitud que el tiempo pasó sin darse cuenta.
Nada hizo sospechar al Sr. Claro que con simples herramientas se llegó a confeccionar todo aquello pedido por él y que el Directorio solicitaba.
El invierno no se hizo de rogar, era el año 1984, y el Sr. Reynald se había marchado, dejando una pena en el corazón de Marianela, ya que eran cuatro años de aprendizaje, cuatro de años de cierta seguridad en aquello que había aprendido.
Nuevamente he de acostumbrarme a estos cambios, ya van cuatro Jefes, y por ende todos especiales, se decía Marianela.
Ya había pasado un mes y el Sr. Bimbell –Jefe nuevo-, se sentía como en su casa, reclinado en su asiento y mirando por la ventana que daba a una calle con un tráfico horrible, llamó a Marianela.
Marianela puede venir!, ella dejó de escribir y entró a la Oficina del Sr. Bimbell, con mucha seguridad, con un block de apuntes en sus mano, pone atención a las nuevas instrucciones dictadas por él, y pensando que había terminado con sus solicitudes, dice:
Ah, Marianela, desde hoy y todas las mañanas cuando llegue a mi Oficina, me prepara un Té con Limón de la siguiente manera:
Media taza de jugo de limón
Media taza de agua bien caliente
Un té y dos cucharadas de azúcar
Esto, por favor, bien batido.
Extrañada y meditabunda se aleja de la oficina del Sr. Bimbell, mueve su cabeza y cree que se esta volviendo loca, pero ante esa sola idea, y sin entrar en complicaciones, se dijo, ¡tendrá un nuevo ingrediente su té con limón!, ya lo verá.
Son las 09:00 horas, el Sr. Bimbell hace su entrada, saluda muy amablemente a Marianela, y entra a su oficina.
Marianela rápidamente, empezó con el ritual del famoso Té con Limón, todo paso a paso, con la excepción que ahora llevaría el sudor de sus manos unido a la tinta dejada por cada calco que había ocupado durante la primera hora de trabajo, ya que no había tiempo para lavarse las manos, ni implementos para aquel ritual.
¡Estupendo le dijo el Sr. Bimbell! ¡ Ha sido el Té más rico que he probado!, Marianela sonriendo, con una mueca de maldad se dijo así misma ¡Que bién, me alegro que lo haya disfrutado!, y entre dientes se dice: ¡Misión cumplida!, sin resentimientos.
Estas anécdotas llenas de picardía y muchísimo ingenio iban siendo contadas y compartidas por cada una de las colegas de esa Oficina, lo cual las llenaba de energía, sabiduría para enfrentar a diario a esa inmensa gama de personajes que circulaban por esa casona.
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