jueves, 16 de junio de 2011

Era el Domingo 3 de Marzo de 1985

Gertrudis Pérez.
46 años.
Profesora enseñanza básica.
Colegio Leonardo Murialdo.


Era el domingo 3 de marzo de 1985, como todos los domingos nos levantamos para ir a misa en la capilla, en donde participábamos del coro, mis papás, tíos, primos y yo que tocaba guitarra. Los últimos domingos estaba participando bastante gente, por el temor de un sismo mayor debido a la seguidilla de temblores que se venían sintiendo desde hace un tiempo.
       Ese día,  era un día con un cielo muy especial, nublado, pero el horizonte despejado, una luminosidad no habitual para las horas del día.
       Como día domingo y término de las vacaciones, muchos estaban paseando por la orilla de la playa, visitando a amigos o disfrutando de algún deporte.
         En mi caso estaba en la casa de mis tíos, al lado de la mía, viendo tv y jugando  a las cartas, específicamente Carioca, junto a mi prima mayor Magali, mi compañera y amiga de la infancia, Yanina. De repente el fuerte movimiento que nos atemorizo, nos hizo arrancar hacia el patio.
         El pánico me supero, ya que desde pequeña se me enseño, que debía arrancar de mi casa, pues no había quedado en buen estado después del terremoto de 1971, y si venía otro sismo de magnitud, la casa no resistiría. Cuando salimos al patio, nos percatamos que mi casa se estaba cayendo y mis padres y hermano menor, no salían de ella.
   Mi prima y mi amiga, me afirmaban para que yo no entrara y esperáramos que salieran, pasaron  algunos minutos y por fin los vi. Ellos actuaron con mucha calma, mi hermano corto el gas, la luz, puso la tv debajo de la mesa y luego salieron.
    Mis tíos  no estaban, se demoraron algunos minutos en llegar, la hermana de mi  mamá estaba ansiosa, porque al igual que todos, sabíamos que la casa no iba a resistir.
    Mientras estábamos en todo eso, sentíamos sirenas de un gran incendio, luego del terremoto, se origino un incendio en la Compañía Chilena de Tabacos.
     Mirábamos Valparaíso desde los cerros  y era una gran polvareda lo cubría. Comenzó  a llegar la noche, fuimos a dejar a Yanina a su casa, para que se encontrara con su familia y nos devolvimos a casa.
     Nos reunimos todos en casa de mi tía, con colchones, velas y frazadas para pasar la larga noche en el primer piso.     

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